(La Maciel yace acostada en el centro del escenario sobre la alfombra circular. A sus pies hay una serie de arreglos florales. Rodeada por la tenue luz de las velas, el llanto y plegarias de las chicas. Entre el moqueo piden por su descanso.)
(Perla)
Nacida en las entrañas ganaderas de este país,
la Maciel fue concebida en un gallinero
poblado de ponedoras, gallos de riña y pigmeos
(interviene Judith)
-como una película de Favio-
Su concepción fue el fruto del encuentro
entre un hombre de edad y la inocencia
de una muchachita de campo.
El amor se dio cita en el maizal.
Allí la inteligencia del perverso
desnudó a la muchachita
con palabras de amor
en el corral de los terneros destetados.
(sigue Rava)
La llama de la pasión
tuvo la suerte del fósforo:
se encendió esa única vez.
Pues nada más supo su madre
de la suerte de quién había
alojado en su vientre
la desgracia y humillación.
Escapa del maltrato de su madre
y de la falta de oportunidades
que reinaba en el interior de un país
que confundía los faroles del puerto
con las luces de Europa,
oculta en la caja de la camioneta
del comisionista del pueblo.
¿O fue en el último vagón de un tren de carga?
En tren, sí, es más poético.
(Aparece Pety subida a un barril que estaba detrás del cortinado)
Una noche de abril
Desandó el camino de tierra hasta el asfalto.
Las chicharras de la laguna
Silenciaron el ruido de sus tacos
Y la luna vertió el oro de su plata
En aquellas aguas estancadas.
(se acerca al resto de las chicas)
Silenciaron el ruido de sus tacos
Y la luna vertió el oro de su plata
En aquellas aguas estancadas.
(se acerca al resto de las chicas)
Trepó en la primer camioneta
que viajaba a la Capital.
El viento y la velocidad del rastrojero,
descubrieron la lona que ocultaba
la mercadería del comisionista.
Y la pasajera clandestina,
que era la Maciel,
bajo un cielo de estrellas prometió
(todas juntas)
que jamás regresaría a la pobreza
que supo condenarla su hogar.
(Continúa Judith con una lámpara en la mano)
Un amanecer sin almanaque
la depositó en los galpones
de Parque Patricios.
Enredada aún en el sueño, el cansancio,
la humedad de las lágrimas de su rostro
en sus mejillas frías,
desandó las calles hacia un lugar
que luego sabría
llamaban Constitución.
(dirigiéndose al público)
Los amo
pero los odio.
Gracias por venir,
y vuelvan.
Vuelvan.
(Sigue Perla)
En el laberinto azaroso de los adoquines
perdió un zapato. Y por fortuna
conservó los huesos de una quebradura
que semejante golpe le hubiera asegurado.
El caballero morocho, chongo y engominado
que sostenía detrás suyo su zapatito
y con mano firme le devolvía a su pie el calzado,
sería: Mauricio Robledo.
(La Maciel se incorpora intempestivamente)
¡Mauricio Robledo!
Primer hombre del que recibió cuidado
y una meditada lista de regalos.
Una vez enceguecida por el amor
que simulaban esos objetos,
ya la tenía trabajando junto a sus otras novias
en un queco en el sur.
(Continúa la Rava)
La primer muñeca
que tuvo entre sus brazos
fue su primer hijo.
Una enfermedad pulmonar
arrancó de sus manos
el único deseo de seguir viviendo.
(La Maciel vuelve a incorporarse)
Esa parte es hermosa
¿no es cierto?
Conoció el amor
En un hombre muy mayor.
Ella quería un hijo suyo,
pero él jamás accedió.
Por su edad
creía que más que un hijo
sólo podía fecundarla
con un nieto.
En la cárcel
recibió el cuidado y amor
de casi todos los hombres del penal.
Las rejas de la celda
demoraron su libertad
cuatro años.